viernes, 11 de mayo de 2012

CONTRA LAS DICTADURAS... Y LO QUE VIENE DESPUÉS:


Mi ideal más querido es el de una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades” Nelson Mandela.

África sufre, llora, muere cada día, agoniza entre la miseria, entre la vida más exhuberante en sus selvas, sus montañas, sus desiertos, sus mares y la cara más horrible de la muerte en sus guerras, sus enfermedades, su pobreza...

Entonces, nos formulamos una pregunta: ¿Hay una salida? Muchos dirán que sí a la primera, pero es algo como para pensar. Aparte de todas las ONGs, Fundaciones y campañas, ¿hay una manera por la que África pueda salir de esta por sí sola? ¿Hay una alternativa a la caridad eterna? Bueno, seamos optimistas y digamos que SÍ. Y tras decirlo, surgen más preguntas:
¿Cuál? La respuesta es sencilla: la democracia y la paz. Si es la única, no puedo afirmarla; pero es una vía, la más adecuada a mi parecer. ¿Qué hay más justo que una democracia? Pero no cualquiera es válida, tiene que ser una de verdad.

Las promesas de democracía ya han decepcionado demasiado. Una y otra vez se ha utilizado esta palabra para dar falsas esperanzas. Muchos se han llenado la boca de esta palabra y de otros términos como sufragio universal, soberanía popular y demás, para conseguir sus objetivos más egoístas. Por eso es necesaria una verdadera democracia, que realmente represente a sus ciudadanos, que vele por la justicia, por la libertad y por la vida. A fin de cuentas, una democracia perfecta, o lo que más se le aproxime.

En segundo lugar, una paz definitiva. Guerras civiles, tribales y luchas por el poder son el pan de cada día de los africanos. ¿Acaso han elegido ellos esta vía? ¿Les han preguntado a la gran mayoría de ellos si de verdad quieren eternizar una guerra que no conduce a ninguna parte? Seguramente no, pero es la manera de mantener el miedo, la ignorancia y la miseria en su justa medida para permitir el beneficio de unos pocos. En resumen, una desigualdad desmedida a la vez que controlada.

Pero, ¿cómo? Ese es el segundo y el verdadero interrogante. Paz y democracia, todos pensamos eso, bastante lógico, pero, ¿cómo llegar del dicho al hecho? Ya sabemos que hay un gran trecho, pero habrá que superarlo, ¿cómo?

Todos hemos visto en qué ha quedado la famosa Primavera Árabe. Lo que hace un año era una llama de esperanza para millones de personas, hoy se ha transformado en violencia y destrucción. Guerras civiles, gobiernos militares e inestabilidad son las pautas que marcan a los países que unos meses atrás aún creían en algo mejor. Todo empezó en Túnez. El 4 de Enero de 2011, Mohamed Bouazizi murió por las quemaduras que se provocó él mismo unos días antes. El joven tenía veintiseis años y sufría muchos problemas económicos. Fue una llamada de atención, y los resultados no podían haber sido más inesperados. Las manifestaciones se extendieron por todo Túnez, llegando hasta la misma capital y acabaron por derrocar al gobierno de Ben Ali. Se dice que una de las causas de la revolución tunecina fue que el régimen no era tan estricto como el de Libia, y que el turismo extranjero había traído consigo las ideas propias de Occidente. También se dice que la extensión de internet fue imprescindible. Ambos son factores a tener en cuenta, pues pueden aplicarse a otros países africanos. Después de Túnez, la revolución se extiende a Egipto. Una demostración de que internet jugó un papel fundamental fue que, en vista de las protestas, el gobierno egipcio decidió cortar completamente el acceso a la red. Finalmente, Hosni Mubarak, que llevaba más de 30 años en el poder, tuvo que dejar el Gobierno definitivamente y huir del país.

Entonces, ¿cuál es el primer paso? Creo que podemos seguir el ejemplo de la Primavera Árabe hasta cierto punto, cuidando no volver a caer en sus errores. Luego, en primer lugar, se necesita una mecha. Algo que haga despertar a la población, que la conmueva. Lo ideal sería no crear mártires, que no haya muertos. Aunque eso no es posible, hay que intentar evitarlo. La mecha podría ser, por tanto, algo de fuera. Un mensaje, por ejemplo. Algo que llegue a todos, casi al momento, y ahí es donde entra en juego el papel de internet. Además, es importante el papel del voluntariado. Un voluntario no está ahí solo para dar comida y sustento. Un voluntario está ahí para transmitir el mensaje de la democracia, para ayudar a todo aquel que quiera levantarse por su libertad y por la de todo su pueblo. Es por eso que muchos gobiernos no quieren voluntarios extranjeros en sus países, no les conviene. Pero hay que luchar contra eso y conseguir extender el mensaje. Pero no hay que confundir voluntario con revolucionario. El voluntario simplemente da la información, la opción de algo diferente. En ningún caso obliga ni alenta a la revolución o a la violencia.

Si bien es cierto que en África la red es más bien escasa, es más que suficiente para extender la mecha. Y lo más importante, en un tiempo récord. En algunos países, el acceso a internet es bastante amplio; en otros, aún está en desarrollo y solo algunos tienen tal privilegio. En vista de eso, lo lógico sería que el país pionero en rebelarse pertenezca al primer grupo. Así, la revolución se extendería más rápidamente, y los países del segundo grupo tendrían un ejemplo a seguir. Y de nuevo, el voluntario entra en acción, transmitiendo el mensaje.

Una vez encendida y extendida la mecha, toca resistir. La respuesta de un gobierno dictatorial y tiránico sería, probablemente, violenta. El objetivo de esta respuesta es atemorizar. Obviamente, a ningún gobierno le interesa masacrar a su población. Más allá del sentimiento de humanidad, no es algo práctico, nadie quiere un país en el que no haya nadie a quien gobernar.

Habrá violencia, sí, pero hay que aguantar, porque, si abandonamos en este momento, ¿qué nos espera? Más y más años de tiranía, quizá aún más dura y represiva. Ya no habrá marcha atrás, la única solución posible es aquella que venimos persiguiendo desde hace tanto tiempo. Cuánto dure esta rebelión, dependerá de la implicación del pueblo y de la fuerza del gobierno. Puede ser de apenas unas horas a extenderse durante años. Esta última solución, que significaría una guerra civil, es la menos deseable de todas. Probablemente sean unos días turbulentos, pero hay que evitar caer en la espiral de violencia que conduciría a una guerra civil. Por todos los medios hay que intentar una revolución pacífica. Si el pueblo ejerce la suficiente presión sobre el gobierno, este no tendrá más remedio que parar la violencia. Prometerá reformas, más libertades, más democracia... Hay que decir que no. ¿Por qué? Porque esos gobiernos tiránicos son los mismos que durante años han estado torturando, asesinando, reprimiendo a la población. No hay que fiarse de ellos, no hay que darles la oportunidad de volverlo a hacer, porque la aprovecharán. Por tanto, lo único que debemos decir ante esas falsas promesas es NO, y seguir insistiendo hasta que esos dictadores, acorralados, no tengan otra vía de escape que la de dimitir, entregar el poder. Ahí, diremos por fin que SÍ.

Pero bien, ya hemos echado al gobierno anterior, y ahora viene otro reto, el más difícil, en mi opinión: conseguir una verdadera democracia. Hasta ahora, todos o casi todos los intentos por conseguir una auténtica democracia después de la revolución han fracasado. La Primavera Árabe, el ejemplo más reciente, es una clara muestra de lo mucho que pueden torcerse las cosas, aún partiendo de una base y unos ideales adecuados. Bien, el primer paso tras expulsar al anterior gobierno sería, sin ningún retraso, convocar unas elecciones. Ahí ha fallado nuestra famosa Primavera Árabe: en Egipto, por ejemplo, tras conseguir la dimisión de Mubarak, se estableción un gobierno militar "provisional" que acabó siendo igual de tiránico y represivo, estableciéndose en el poder con la promesa de unas elecciones que tardaron meses en llegar. Por tanto, unas elecciones son primordiales para afianzar los logros conseguidos hasta ahora. Después de que el pueblo elija, hay que redactar una Constitución. Aquí también entra el juego la cooperación de otros países. Ninguna nación, y menos en el mundo actual, es completamente autosuficiente, y en este caso, los países democráticos deberían prestar su ayuda en la construcción de un sistema justo. La cooperación puede lograrse de varias maneras, por ejemplo, enviando colaboradores. También el voluntario tiene su papel, ayudando al pueblo a conocer el sitema que se está preparando, enseñándoles a elegir, ya que esta es la base de la democracia, la elección. Este proceso puede llevar meses, pero, una vez finalizada, se tiene que convocar un referéndum en el que el pueblo diga si acepta o no. Se presentan entonces dos posibilidades. Si no acepta, no hay más remedio que seguir intentándolo, cambiando aspectos que no han convencido a la población, y volviendo a preguntar. Si la acepta, entonces tendremos el sistema democrático tan anhelado por el pueblo. Será una democracia débil, en principio, que, si resiste ante las presiones de grupos radicalistas y totalitarios, se irá fortaleciendo poco a poco, con los años.

Entonces tendremos ese ideal tan querido por Mandela, esa sociedad libre y democrática en la que todos puedan vivir en armonía y con igualdad de posibilidades. Parece algo utópico, y en cierto modo lo es, pero nunca debemos desalentarnos por ello, si no intentar alcanzar esa utopía o al menos lo que más se le parezca.

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